martes, 8 de septiembre de 2009

Tres tristes niveles comen trigo en suciedad

Algunos dicen que es un paraíso, otros, que es un infierno.

Lo cierto es que todos tenemos un inicio y un final. Hay que vivirlo al máximo ese trayecto llamado vida, en este paraíso infernal llamado Warachaqui.

Cierto día, un niño temeroso de sí mismo, llamado ashmankarata, decidió salir por vez primera hacia lo que el consideraba un paraíso exótico.

"Acá en mi pueblo la gente come de todo, se comparten todo y además son buenas personas, pero es hora de partir" mencionó.

Ashmankarata iba hacia el paraíso exótico, el cual soñaba todos los días al acostarse en su colchón de pétalos verdes, acurrucado junto a su madre, la cual le cantaba al oído unos yaravíes tan bellos como las estrellas del cielo azul.

!Pero que es esto, por la gracia divina! exclamó el pequeño cuando llegó a su "paraíso exótico".

Se le acercó una niña, de pelos rizados, pelirroja y con muchas pecas, las cuales tapaban sus pómulos color canela. Su nombre era Julieta.

"Acá en mi congestionada ciudad nadie te conoce, y si te conocen, te mienten, si te roban, nadie te ayuda.....".

Ashmankarata la interrumpió diciéndole:

Pero y el paraíso exótico que tanto soñaba, ¿dónde está?

Ah ese paraíso está muy lejos, esta ciudad se llama Licha Torres ¿tú de donde vienes?










Fragmento del libro "Tres tristes niveles comen trigo en suciedad" de Carlos Acosta Cardoza. Pág 52.

martes, 1 de septiembre de 2009

Artículo interesante

Marrakech es una ciudad viva, orgullosa, caótica, fascinante. Los turistas entran en ella descarados, un tanto altivos, semidesnudos, hasta que las chilabas, los pañuelos, los calores, las mareas humanas saliendo de las mezquitas después del rezo de los viernes acaban por arrinconarlos, los hace pequeños, quedan absortos y absorbidos por el trepidante caos de sus calles color terracota del zoco urbano.

El humo de las motos y los taxis que circulan atropelladamente por aquí se mezcla con el olor a especias cocinadas de los puestos de comidas locales. Vemos pasar bellas mujeres, cubiertas de cabeza a pies por prendas blancas, rosas, azules, negras... con pañuelos anudados al cuello, turbantes que envuelven sus melenas negras, que ensalzan sus ojos pintados y su mirada. La calle es de los hombres, con sus chilabas, sus babuchas, sus motos, sus amigos. De repente todo se intercambia, todo se mezcla: mujeres en sus motos, hombres de la mano, ancianas cansadas que sonríen y piden ayuda, jóvenes que te preguntan: ça va? quiere cus-cús? merci, sucran...Leila y yo intentamos pasar desapercibidas en un mundo tan diferente. Misión imposible. Pero es nuestro primer día entre locales. Decido tomar agua natural -no fresca-, té a la hierbabuena. Me sienta bien el té, pero no podemos con el agua caliente... Leila pide un Sprite. Su árabe-sirio le acerca de una manera distinta a los locales. El trato cambia, y mucho. Y nos dejamos llevar. Vuelvo al hotel, familiar y acogedor, y en la piscina se bañan juntas mujeres en bikini y niñas vestidas y cubiertas con pañuelo. Dormimos un poco, escribimos, leemos "El edificio Yacobián", de Alaa Al Aswany, y seguimos nuestro viaje iniciático.